El día después

En las tribunas superiores, colindantes con las de prensa, a veces se ubican escolares y otros visitantes esporádicos cuya primera vez en el Parlamento recuerda a la del turista en Nueva York: miran mucho hacia arriba. En Nueva York, para calibrar la altura de los rascacielos. En el Parlamento, para encontrar los balazos del 23-F, que parecen uno de esos pasatiempos infantiles en los que se forma un dibujo uniendo puntos. Saldría un tricornio.

La matinal arrancó sin demasiados motivos para mirar abajo. Toni Cantó caminaba normal, sin llevar las piernas zambas, como los jinetes de John Ford, por lo que deduzco que no ha prosperado la propuesta de un concejal comunista de empalarlo. El Hemiciclo sufría una caída de tensión como la del lunes de resaca sevillano, después del Debate sobre el estado de la Nación y de la deserción, la víspera, del PSC, que se dejó atrás a Chacón. A día de hoy, y hasta que emerjan definitivamente sus intenciones, Chacón -Calienta que sales- está como en el medio de la isla de Lost: no se ha replegado a la playa, pero tampoco ha dado un golpe de mano en el pueblo de Dharma. O sea, que se ha quedado en una intemperie de jabalíes desde la cual acaso medite entrar en el PSOE como una barbuda bajando de Sierra Maestra.

Hay ocasiones en que Amaiur deja de fingir interés por los asuntos generales y concreta en lo suyo. La paz, el «entender al otro», porque Amaiur aún no comprende que, en el corazón del sistema, el Otro, si se trata de ETA, es visto como en Sartre. Amaiur tiene un par de buenos oradores. Errekondo no está entre ellos. Bajo de tono, nervioso, incluso se embrollaba hasta con el lenguaje corporal, con un lío de manos con el que parecía añorar los tiempos en que todo era más sencillo porque bastaba con arrojar una pelota. Rajoy ni consumió su tiempo. Lo despachó con el recordatorio de una obviedad -desarme, disolución, perdón, etc.-, y todos pudimos seguir con nuestras rutinas. La de Amaiur, fingir interés general hasta que, dentro de un tiempo, vuelva a pedir que la despachen con una obviedad inmutable.

Más allá de que Rajoy anunciara a Rubalcaba un déficit del 6,7%, el duelo cumbre fue el de Sorayas. Tuvo una digresión divertida cuando S2, buscando la frase pulida, dijo a los diputados populares que Bárcenas «está sentado entre ustedes». Lo buscaron a un lado y otro. Lo sospecharon, invisible, en algún escaño vacío. Desde la tribuna, jugamos a Dónde está Wally con el abrigo de Capone en vez del jersey a rayas. A Rodríguez, cuya pasión levantó algo la temperatura alicaída de su bancada, hay que reconocerle que pugnaba en condiciones muy adversas, teniendo al lado un líder desintegrado y, detrás, un motín latente y un PSC que todo lo ha partido por el medio. Trató de inflar el déficit y de hacer escorar la discusión hacia las sospechas de corrupción en el PP. Pero no fue culpa suya, sino de su circunstancia, que S1 pudiera endilgarle una frase/fustazo: «Contra la corrupción, no es conveniente abstenerse, y, cuando se discute la unidad de España, no es oportuno dividirse».